Alberto el extraordinario

Hace un año ya de la carta que Alberto escribió a los Reyes Magos. Fue un periodo especialmente duro para Alberto y sus padres, quienes impotentes se preguntaban qué habían hecho mal en la educación de su pequeño. Cada vez que abrían la agenda de su hijo, sentían una mezcla de miedo e impotencia. Era raro el día en el que no aparecía alguna nota como “hoy Alberto se ha quedado sin recreo porque se ha portado mal”, “Alberto ha dejado las fichas sin hacer” o “Alberto molesta en clase”.
Sus padres habían hablado con él, le habían explicado cientos de veces que tenía que portarse bien. Cada vez que no cumplía con lo que le mandaban había una consecuencia, pero de nada servía. Se sentían cuestionados como padres por parte del colegio y de su entorno. Poco a poco fueron perdiendo las ganas de jugar con su hijo, de leer historias divertidas, de salir a pasear, de ir a ver juntos los partidos de baloncesto, con los que tanto disfrutaban en familia. Solo querían que fuera como su hermana Isabel, buena, obediente y responsable.
El último día de colegio, Alberto volvió de clase muy abatido. Ningún niño había querido ser su pareja en el festival porque decían que era malo, así que tuvo que actuar con la profesora. Llegó a casa, dejó su agenda en la mesa de la cocina y se encerró en su habitación sin ni siquiera mirar a sus padres.
Su madre, como de costumbre, cogió la agenda buscando otra nota negativa pero entonces se dio cuenta de algo. Empezó a releer toda la agenda de su hijo desde el inicio de curso, prácticamente no había una sola nota positiva, algo que le enseñara a Alberto que era bueno, que podía conseguir lo que se propusiera. Todas las notas estaban encaminadas a señalar lo malo que era, pero ninguna a destacar sus esfuerzos o indicarle cómo mejorar.

Cubrió la cara con sus manos, a punto de romper a llorar, al darse cuenta de que en casa pasaba lo mismo. Se sentían tan agobiados y presionados para que su hijo se portara bien, que solo le remarcaban lo mal que hacía las cosas, que nunca cumplía lo acordado. Insistiéndole además en que tenía que ser bueno como su hermana Isabel. Últimamente cuando Alberto salía de casa ya no le decían “disfruta” o “pásalo bien”, solo “acuérdate de lo que hemos hablado, tienes que portarte bien”.
La madre se levantó de la silla, fue a la habitación de su hijo, tiró la agenda a la basura y lo abrazó fuerte. Entonces le dijo: “si tuviera otro hijo, me gustaría que fuera como tú”. Alberto rompió a llorar.
Un cambio de rumbo
Los padres decidieron probar unaestrategia nueva. Se acabaron las comparaciones con su hermana, las amenazas, los castigos, los enfados eternos…Cada día le recordarían las cosas que sabía hacer bien y dejarían las generalizaciones para ayudarle a mejorar los problemas o retos concretos que cada día se le presentaba. Decidieron también incluir a la profesora en este nuevo cambio, así que acudieron a hablar con ella y le propusieron destacar rasgos buenos en el comportamiento de Alberto. Ella respondió aportando frases muy positivas a la pesada agenda de Alberto.
Las notas reconociendo los esfuerzos y los logros de Alberto empezaron a sucederse, al mismo tiempo que los momentos de juego, los abrazos antes y después de las clases, las lecturas en familia…Poco a poco Alberto se fue sintiendo cada vez mejor y capaz de conseguir lo que se propusiera. Los días en los que la agenda venía con puntos rojos, los padres en lugar de gritarle y amenazarle, se sentaban a su lado, lo escuchaban y buscaban alternativas.
Los momentos más difíciles se daban en casa cuando Alberto, rompía a gritar, a llorar cada vez que la frustración y el miedo aparecían de visita. A los padres les costaba, mantenerse firmes, hablar en voz baja y no permitir que el enfado se extendiera a otras áreas de la vida familiar. A pesar del comportamiento, insistían en buscar algo que hubiera hecho bien para seguirle recordando que hubo un comportamiento malo pero que él era un niño extraordinario, que aún estaba aprendiendo a gestionar sus emociones y sus frustraciones. Los padres de Alberto hicieron suya esa frase que alguien una vez pronunció, “ quiéreme cuando menos me lo merezca que será cuando más lo necesite.
Los puntos rojos fueron desapareciendo de la agenda al igual que los castigos y las amenazas, mientras que volvieron los juegos, los abrazos, los partidos de baloncestos y las fichas acabadas. Alberto ya no era un niño malo, era un niño extraordinario, listo, buen compañero, el mejor hijo y un estupendo hermano.
Cada vez Alberto recibe menos visitas de sus enfados y cada vez estos duran menos, porque ahora él sabe que es un niño capaz de vencerlos y solucionarlos. Además cuenta con la inestimable ayuda de sus padres para seguir avanzando en situaciones complicadas.

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